Viaje por el mare clausum español (el océano Pacífico) gracias al libro ‘La llamada de las Antípodas’, de Daniel Montilla Rubiales
16 min readAcaba de llegar a las librerías de toda España un amenísimo libro La llamada de las Antípodas, del diplomático Daniel Montilla Rubiales, un libro de viajes o guía-especial sobre la vida cotidiana en este territorio distante y desconocido. Y es que viajar a las Antípodas supone el inmenso desafío de llegar al punto más lejano del planeta y, bien es sabido que, no hay nada más atractivo que lo remoto. Sin embargo, solo unos mil turistas españoles viajan allí anualmente, y solo una veintena tiene su hogar definido en estas islas que siempre han sido sinónimo de paraíso, belleza y tiempo detenido.
Daniel Montilla Rubiales, en su labor como diplomático, pasó en Fiyi cuatro años y en este anaquel relata cómo es la vida cotidiana en este arrecife. El lector aprenderá las costumbres sociales, culturales o gastronómicas; así como el arte y secretos de este peculiar punto geográfico. Buceará rodeado de tiburones martillo, ballenas jorobadas y grandes bancos de barracudas, practicará el léxico imprescindible para congeniar con los habitantes de estas tierras y recapacitará sobre sus dioses y leyendas; así como en la forma en que los pobladores de estas remotas tierras afrontan la vida o la muerte. Y, por supuesto, se adentrará en la gran aventura acometida por Vasco Núñez de Balboa, Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano para descubrir el Pacífico.
Sin duda, una guía inspiradora que creará el deseo de acercarse a lo más lejano y responder a esa llamada de las Antípodas que existe en cada una de las personas.
El libro forma parte de la colección La Valija Diplomática, un proyecto editorial impulsado por la Asociación de Diplomáticos Españoles y dirigido a favorecer la publicación de obras inéditas por parte de diplomáticos, aprovechando sus experiencias y vivencias personales y profesionales.
Fue fundada en el año 2000 por el Embajador Alonso Álvarez de Toledo, quien dirigió la colección durante quince años.
La «valija» es el sistema de correo diplomático. El mecanismo a través del cual, históricamente, y aún en la actualidad, los ministerios de Asuntos Exteriores y las misiones diplomáticas se intercambian la documentación oficial, incluido el material de promoción de la cultura española. La A.D.E. ha querido recuperar esta denominación para reunir bajo su paraguas todas las expresiones culturales de los miembros de la Carrera Diplomática y rendir un servicio más a la sociedad española, difundiendo las culturas con las que los diplomáticos entran en contacto a través de su servicio público.
Con este nuevo libro de la colección, Daniel Montilla Rubiales, acerca al viajero a un mundo antagónico a Occidente. La llamada de las Antípodas está plagado de anécdotas contadas con un lenguaje franco y espontáneo que logra vertebrar este gran periplo.
El autor, Daniel Montilla Rubiales, (Ronda, Málaga 1987) es licenciado en Derecho y Economía por la Universidad Carlos III de Madrid. En el Ministerio de Asuntos Exteriores ha ocupado puestos en el Gabinete del Secretario de Estado de Asuntos Exteriores y en la Subdirección General de Países de la Unión Europea. Ha estado destinado como encargado de negocios en Suva (Fiyi) entre 2016 y 2020. Actualmente, ocupa el puesto de Segunda Jefatura en la Embajada de España en Doha (Catar).
En los cuatro años que ha estado destinado en Suva se ha encargado de fortalecer las relaciones de España con Fiyi y el Foro de Islas del Pacífico, principal organismo regional del Pacífico.
—Llega a las librerías de toda España su libro La llamada de las Antípodas (editorial Cuadernos del Laberinto. Madrid, 2023) donde se narra su experiencia como diplomático en esta tierra tan lejana, pero además el libro es una especie de guía de viaje del punto más distante del planeta. ¿Cuál es el germen de esta obra y por qué recomendaría viajar allí?
—Las Antípodas representan todavía la barrera de lo desconocido. Antaño se representaban feroces monstruos marinos y ángeles soplando el viento en los márgenes ignotos de esos incompletos mapas donde hoy se ubican las islas del Pacífico. ¿Qué pueblos habitan esas islas, que como estrellas de distantes constelaciones, salpican el océano más vasto del planeta? ¿Qué tradiciones tienen, cuál ha sido su historia, qué creencias tienen? A pesar de que internet o la televisión nos permiten acercarnos de manera más sencilla a esa zona del mundo, los mares del Sur se encuentran envueltos todavía en una niebla de misterio y desconocimiento para el público general. El antimeridiano, esa brutal línea imaginaria que parece surcar el globo terráqueo, separando el día de ayer del día después, nos marca también los confines de nuestro conocimiento sobre el espacio más grande de la Tierra. Es por ello que la razón de escribir La Llamada de las Antípodas ha sido la de dar a conocer un poco más las historias de los pobladores del Pacífico y animar al lector a emprender una aventura literaria hacia las Antípodas de nuestro ser.
Vivir en Fiyi me ha permitido conocer muchas historias y leyendas que he tratado de reflejar en esta obra a modo de literatura de viajes. Además, me ha permitido redescubrir y profundizar en un período de nuestra historia muy olvidado, que es el de la conexión de España con el Pacífico. No hay que olvidar que los primeros europeos —y durante varios siglos los únicos— que surcaron los mares del Sur fueron españoles y que la historia que allí forjaron, si bien nos resulta poco conocida en casa, es para el Pacífico una etapa muy importante de sus sociedades. Viajar al Pacífico se convierte así en una manera de resucitar un capítulo de nuestro pasado que sigue vivo en las historias de los habitantes del Antimeridiano.
—El libro cuenta con un gran sentido del humor. Da gusto comprobar que la ignorancia del español medio sobre la cultura de Fiyi es igual que la de los fiyianos sobre la española.
— Españoles y fiyianos vivimos en las Antípodas, no solo geográficas, sino socioeconómicas del planeta. A la colosal distancia física que nos separa, se une una cosmovisión completamente diferente de cómo enfocamos nuestra vida y tomamos nuestras decisiones. Es natural que dadas estas enormes diferencias se abone un desconocimiento y, en algunas ocasiones, un desinterés sobre ‘el otro’.
Para los españoles, el Pacífico nos evoca exotismo, una sensación de misterio e, incluso, nos lleva a ubicar el paraíso terrenal en él. De manera similar, uno de los hechos que más me sorprendió al departir con mis amigos fiyianos era que, para ellos, Europa también despertaba un aire exótico, casi orientalista desde su perspectiva. En su visión, aquellos europeos enfundados en sus extraños trajes y vestidos, abandonando cada mañana los armazones de hormigón que consideran hogares, para desplazarse en los más disparatados medios de transporte hacia el lugar donde se encierran largas jornadas de trabajo, lejos de familiares y amigos de sol a sol, era una visión de lo más curiosa. Algunos me preguntaban si España estaba en Londres o si Puerto España era nuestra capital, de la misma forma que había compatriotas que me preguntaban si Tonga o Samoa no eran estilos de baile tropicales. Es un desconocimiento natural en la medida que nos separa un abismo hemisférico. Dicho esto, la Macarena se convirtió en un éxito en parajes tan remotos como las Kiribati y los éxitos deportivos de nuestros clubes de fútbol eran conocidos, aunque no siempre se ubicaban geográficamente con España, sino más bien con un concepto difuso de Europa. Esto supuso una gran cura de humildad, saber que nuestro continente no es el centro del mundo para todo el planeta. Para un habitante del Pacífico, la mirada de micro-estados europeos, la mayoría de ellos cabe en las inmensas aguas territoriales de los grandes archipiélagos oceánicos, es como un batiburrillo de informes realidades alejadas y confusas.
—Solo unos mil turistas españoles viajan allí anualmente. Con este dato, dan ganas de reservar billetes de avión ya.
—Viajar a Fiyi y, en términos más generales, a los mares del Sur es una experiencia que merece ser vivida al menos una vez en la vida. Los países oceánicos del Pacífico son un vergel de naturaleza, meca para los aficionados de los deportes acuáticos. Las apalmeradas playas de finísima arena blanca se funden en espacios submarinos de aguas turquesas, coloreadas por la tupida red de corales que alberga el acuario natural con más vida submarina del planeta. Los aficionados a los documentales de Jacques Cousteau podrán nadar aquí en algunos de los lugares más emblemáticos recorridos por el mítico Calypso. En Polinesia podrán conocer a los descendientes de los representados en los lienzos de Gauguin, en Samoa tomarán el sol en las arenas que inspiraron La Playa de Falesa, de Stevenson y en las islas Salomón visitar el destino de El Crucero del Snark, de Jack London. Y, dicho esto, hay que tratar de evitar la tentación de permanecer recluido en uno de los hoteles de las islas, pues se corre el riesgo de perder la oportunidad de interactuar con los habitantes locales. Invito a visitar las aldeas fiyianas, hablar con los simpáticos melanesios, uno de los pueblos más acogedores de la Tierra y que estarán encantados de compartir muchas de sus tradiciones pasadas oralmente de generación en generación. El fiyiano es un pueblo de contadores de cuentos, con ceremonias y tradiciones que se remotan al origen de los tiempos. No debe de perderse esta componente esencial como parte de la aventura de surcar los mares del Sur.
—Resulta muy interesante los capítulos del libro en los que se defiende la fauna y la flora de las Antípodas. Realmente los tiburones se han ganado una fama inmerecida de asesinos. Es interesante lo que cuenta sobre la diferente percepción entre un occidental y un pacífico a la hora de evaluar la presencia de un tiburón en aguas abiertas.
—Nadar con tiburones es una de las experiencias más excitantes de vivir en el Pacífico. Como decía el célebre actor de películas de acción Jason Statham, que se desplazó a Fiyi para preparar la filmación de su película Megalodón: “me creía un tipo duro hasta que vi bucear a estos fiyianos en mitad de un banco de tiburones toro”.
Y es que, estos animales componen el ecosistema natural del océano que rodea estas islas. Los habitantes del Pacífico están habituados a ellos. Ahora bien, en términos de marketing, las especies de tiburones no han contado en Occidente con un buen relaciones públicas. La película de Tiburón, de Steven Spielberg, dentro de que es una gran obra de suspense de lo más efectista, ha marcado a toda una generación, grabando un tatuaje de terror contra estos animales. Y eso que los tiburones apenas provocan muertes de personas. Se da la curiosidad de que fallecen más personas al año por la caída de cocos que por ataques de tiburones. No formamos parte de su cadena trófica. Claro está, todo súper-depredador —y el tiburón no es una excepción en esta categoría— despierta un cierto respeto. Ahora bien, mientras que otras especies como el león, el águila o el oso se han convertido en símbolos nobiliarios o nacionales con atributos positivos, el tiburón ha sido vilipendiado y condenado al estigma.
En el Pacífico, esta concepción es diametralmente opuesta. En Fiyi, el tiburón es uno de los dioses más importante de la divinidad pre-cristiana e inspira respeto y devoción. Además, ha sido fuente de nutrientes y tabla de salvación para evitar la inanición en los grandes desplazamientos australes en canoa. Es un animal que, por lo general inofensivo para el hombre si se le deja tranquilo, refleja el buen estado del ecosistema marino. La presencia de súper-depredadores en los sistemas coralinos es indicador de que están presentes todos los animales que tienen que estar, la cadena trófica está completa y el ecosistema se encuentra equilibrado. En resumidas cuentas, un mar poblado por tiburones es un buen hecho para el hombre.
—Uno de los episodios más interesantes es el que trata la historia de los descubridores españoles. Sin embargo, es un éxito poco reconocido ¿A qué se debe? Parece que todo el mundo habla de James Cook, pero como usted bien dice, es de justa medida indicar que gran parte de las islas a las que llegó el inglés ya estaban cartografiadas por españoles, portugueses u holandeses. Y, además, no tenemos que olvidar la gran epopeya de Vasco Núñez de Balboa, Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano.
—Efectivamente, la exploración española del Océano Pacífico es uno de los episodios menos conocidos de nuestra historia. Afortunadamente, gracias a las actividades conmemorativas del V centenario de la Primera Vuelta al Mundo, se está recuperando para el gran público la figura de grandes personajes como Juan Sebastián Elcano. Por cierto, animo al lector a que disfrute de algunos volúmenes que han aparecido en estos últimos años al respecto. Estas obras de reciente publicación no se limitan a relatar hechos ya conocidos, sino que se basan en nuevas investigaciones de los archivos históricos que arrojan datos no conocidos hasta ahora sobre dicha gesta náutica.
Dicho esto, la historia de los descubridores españoles no se limita a la circunnavegación. Durante varios siglos, el Océano Pacífico fue un mare clausum español donde nuestros navegantes exploraron nuevas tierras y rutas marítimas. Un ejemplo de estos descubrimientos claves fue el llamado “tornaviaje”, la ruta de retorno de Filipinas a América, que permitió sentar la base del Galeón de Manila. Asimismo, las expediciones que acabaron descubriendo Islas Salomón, Vanuatu o Polinesia fueron auténticos hitos realizados, no ya sin GPS, sino sin cronómetro —esencial para medir la longitud de manera precisa— ni cartas náuticas. Esto pone de manifiesto que las expediciones financiadas por la Corona española fueron auténticas empresas innovadoras de la época, donde se usó la mejor tecnología disponible en el momento.
Otro capítulo histórico que, a mi juicio, todavía merece una profunda investigación es el de la navegación de buques españoles a través del Pacífico tras la independencia de las colonias en América. Las Filipinas, Guam y Micronesia permanecieron durante casi un siglo como reductos del Imperio en Asia. Al perder su cordón umbilical con España y, por ende, su principal mercado, establecieron rutas para comerciar, entre otros, la madera de sándalo con las islas. Consta la arribada al menos de uno de dichos mercantes a Fiyi, que acabó varado y su tripulación canibalizada. Sería deseable poder arrojar más luz sobre estas aventuras comerciales españolas en los mares del Sur.
—¿Son dos mundos aparte?
—Somos, literalmente, las Antípodas. El propio término lo dice todo. Viene del griego y está compuesta por el prefijo “anti” (opuesto) y “pous” (pie). Es decir, se refiere a los que se encuentran en extremos opuestos del globo terráqueo. Fiyi es uno de los tres espacios terrestres, los otros dos son la Antártida y la punta más extrema de Siberia, que se encuentra atravesado por el Antimeridiano, el paralelo 180, que simboliza, a su vez, la línea del cambio de día. Eso, por cierto, hace que sea divertido coger un vuelo, pongamos, de Fiyi a Hawai, porque la salida se realiza un lunes, pero la llegada al destino se produce el día de antes, el domingo. Más de una reserva de hotel se ha realizado erróneamente por esta paradoja temporal.
De manera contraria, el meridiano cero de Greenwich atraviesa Aragón, Castellón y Alicante, dejándonos en el otro extremo del planeta. Tal y como bromeaba con mis amigos fiyianos en Suva, si das un paso a la derecha, te estás acercando a España. Si, por el contrario, das el paso a la izquierda, también te estás acercando a España. De hecho, aunque tendemos a ubicarnos en el centro de los mapas y considerar al “otro” como el que está en las Antípodas, lo cierto es que ellos también se ubican en sus propios mapas en el centro, con el sur hacia arriba y el norte hacia abajo en contraposición con nuestras representaciones cartográficas. Consecuentemente, en los mapas de los mares del Sur, nosotros somos las Antípodas que aparecemos cortadas en los bordes de sus atlas.
—¿Cree posible que vuelvan a producirse experimentos nucleares en esa zona como sucedió en el pasado? Recientemente, la película Pacifiction, dirigida por el español Albert Serra ha vuelto a poner sobre la mesa este asunto tan turbio.
—Los ensayos de armas atómicas en el Pacífico constituyen uno de los capítulos contenciosos entre los pobladores de las islas y las antiguas potencias coloniales con capacidad nuclear. Es una cuestión que no ha sido olvidada. De hecho, el Foro de Islas del Pacífico —la principal organización regional de los países de dicha región— incluye un punto específico en todos sus comunicados anuales sobre lo que se conoce como el problema del legado nuclear, especialmente en Islas Marshall. Dicho esto, parece poco probable que los experimentos nucleares pudiesen ser retomados en el Océano Pacífico. Los Tratados de No Proliferación Nuclear y de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares han creado un sistema jurídico internacional que ha permitido poner coto a las pruebas de estas armas de destrucción masiva. Por ejemplo, en el caso de Francia, y por su pasado en el Pacífico, cerró y desmanteló todos sus sitios de ensayos nucleares en los años noventa; siendo el único Estado con armas nucleares que lo ha hecho hasta la fecha según las Naciones Unidas.
—Es de agradecer la pequeña lección sobre el léxico fiyiano y las palabras básicas que añade al final de la obra. No resulta nada fácil encontrar un diccionario español/fiyiano en las librerías. Al menos así, el viajero puede hacerse entender mínimamente.
— Creo que, a través del lenguaje, se aprende mucho sobre la cultura de un país. Soy de los que piensa que merece la pena invertir un poco de esfuerzo en adquirir las bases del idioma de los países que se visita, especialmente de aquellos en los que se reside. Es una muestra de respeto a la sociedad local, a través de la que se demuestra el interés por su cultura.
El fiyiano es un idioma complicado para los europeos porque no tiene apenas similitudes con nuestras lenguas indoeuropeas. Y no me refiero ya solo a la gramática, sino a la manera en que se expresan ideas o sentimientos. Por ejemplo, en fiyiano, durante el saludo, no se pregunta cómo se encuentra uno. Se da por hecho que en la aldea todo el mundo sabe todo sobre el vecino, incluyendo si está bien o no. Tampoco se hace la pregunta por pura formalidad. Lo que se pregunta es hacia dónde va uno, porque eso sí es una cuestión sobre la cual el interlocutor todavía no tiene la información.
También sorprende como el español ha dejado su pequeña impronta hasta en las islas más remotas del Pacífico. En Guam, las Marianas y algunas islas de Micronesia se habla el chamorro, una lengua hispano-austranesia que tiene numerosas palabras y elementos gramaticales del español. Por otro lado, en Vanuatu, territorio al que los navegantes españoles llegaron fugazmente en 1606, dejaron la expresión ‘mi no sabe’ que ha sobrevivido en la lengua local cuatro siglos hasta la actualidad. En Tahití la palabra ‘toro’ y la de otros animales de granja se han incorporado a la lengua polinesia por los animales que intercambiaron las expediciones de Domingo de Bonaechea en el siglo XVIII. De la misma manera, hay que reseñar que las lenguas del Pacífico han dejado su marca en el español, aunque sea de manera simbólica. La palabra ‘tatú’ es de origen samoano, ‘tabú’ viene de Polinesia y Melanesia y ‘haka’ es un término maorí.
—¿Por qué nos recomienda este libro?
— La Llamada de las Antípodas invita al lector a emprender uno de los viajes más exóticos de sus vidas. Ya sea en el sofá de sus casas o en la tumbona de su próximo destino vacacional, confío en que el lector oiga la distante llamada que le transportará a un viaje de más de 17.000 kilómetros de distancia. Nos zambulliremos en las profundidades del océano más grande del planeta, entre bancos de tiburones martillo, visitaremos los templos melanesios para venerar la figura del Dios Tiburón o nos pondremos en las suelas de las ‘gastrosandalias’ del último misionero canibalizado en Fiyi. Escucharemos leyendas de genios y guerreros, mientras probamos la bebida sagrada del “kava”, y daremos de bruces con un tesoro de reales de a ocho de la historia española en los Mares del Sur. Creo que la Llamada de las Antípodas es un divertido anecdotario de historias sobre las leyendas, flora y fauna o tradiciones de uno de los lugares más interesantes y desconocidos de nuestro planeta. Espero que una vez oída la llamada se dejen seducir por el exotismo de los pueblos melanesios, polinesios y micronesios y decidan emprender ese viaje hasta las Antípodas de nuestras vidas.