Miquel Biada: el emprendedor del siglo XIX que superó la crisis de la época
4 min readCada vez más personas deciden sumarse a la tendencia del emprendimiento. A pesar de las dificultades que presenta el mercado actualmente, son muchos los ciudadanos que toman la decisión de iniciar un negocio o proyecto innovador. De hecho, gran parte de las infraestructuras y grandes empresas que nos rodean son fruto de la idea y el esfuerzo de algún emprendedor del pasado. Entre todas ellas se encuentra una de las más utilizadas a día de hoy: el ferrocarril.
La mayoría conoce las empresas e incluso los directores de las empresas que se encargan de su funcionamiento, pero lo que no tienen en mente es una de las personas que permitió la llegada de ese transporte vital para el funcionamiento del conjunto del país. Miquel Biada dedicó su vida a la meta que tenía en mente, la que devolvería el espíritu pionero a España en los años 1840 y la que situaría a Cataluña como un referente en toda la Península Ibérica: hacer el primer ferrocarril Barcelona-Mataró.
Miguel Biada: ¿Quién fue?
La vida de Biada fue una lucha constante. Nacido en Mataró, su juventud coincidió con la Guerra de la Independencia, ataques a la ciudad natal por parte del ejército francés durante la primavera de 1808. Decidió mudarse a América, donde tendría permiso para comercializar gracias al decreto de libre comercio. Una vez establecido en Maracaibo, se convirtió en armador y consignatario. Es decir, se dedicaba a llevar los productos de la península que llegaban al puerto a las ciudades colindantes con pequeños barcos. Salió de Venezuela rumbo a Mataró exiliado y, consecuentemente, arruinado. Desde Mataró decidió irse a vivir a La Habana, donde se dedicó al transporte de mercancías. En 1837 se se inauguró el primer ferrocarril en Cuba y Biada, como miembro de la junta que promocionaba su creación, decidió llevar el medio de transporte al territorio catalán. Con este proyecto en mente, volvió a Cataluña.
¿Qué cualidades le definieron como emprendedor?
A lo largo de todo el desarrollo del proyecto de conexión ferroviaria entre Mataró y Barcelona, Biada demostró poseer todas las cualidades que, aun actualmente, definen a un buen emprendedor.
Captación de oportunidades
Todos los emprendedores comparten una calidad: la detección de oportunidades. En 1840, cuando Biada llegó a la península, dedicó todos sus esfuerzos en convencer a inversores y políticos de la necesidad de crear una línea de ferrocarril que uniera Barcelona y Mataró. Ante la negativa de una España fuertemente repercutida por la Guerra Carlina, Biada puso el ojo en Inglaterra, donde la construcción de infraestructuras ferroviarias estaba en pleno auge. Gracias al contacto de un financiero catalán establecido en Londres, en 1843 consiguió la concesión del Gobierno español para la construcción.
Confianza
La campaña publicitaria que inició el grupo promotor en 1844 consiguió 1.160 acciones de catalanes, así como de algunos amigos de Puerto Rico y Cuba. La cantidad no era suficiente para el proyecto, así que aceptaron la inversión inglesa. Estas acciones se prometieron bajo palabra, pero nunca de forma oficial. Dos años después, ante la incertidumbre y desconfianza de los catalanes, se pagaron menos de la mitad de las acciones pactadas. Además, la etapa coincidió con la fuerte crisis monetaria de Inglaterra y Francia que llegó en verano y fue agudizándose. Ante la negativa de los catalanes, los inversores ingleses amenazaron con retirar el capital si esos no cumplían con lo prometido.
Convicción
En un contexto de una España donde todos los proyectos ferroviarios se estaban yendo a pique y con unos inversores dispuestos a retroceder, el proyecto del ferrocarril entre Mataró y Barcelona parecía llegar a su fin. De todos modos, el grupo promotor organizó una reunión con 12 accionistas encabezado por Biada, donde este dedicó toda su energía en convencerles de tirar el proyecto adelante. A través de su discurso, consiguió que los accionistas pagaran y se pudiera continuar con la construcción. Acordaron repartirse la suscripción de las 2.568 acciones impagadas, pagando por el momento el 10% pendiente.
Resiliencia
Algunos sectores de la sociedad empezaron a infundir rumores en contra del uso del tren. Algunos lo tachaban de un engendro falso que realmente funcionaba con caballos. Otros lo relacionaban con graves enfermedades y accidentes provocados por su poca resistencia ante la lluvia. La oposición a la construcción del ferrocarril fue aumentando y, con ella, se desencadenaron altercados, con la consecuente dimisión de toda la Junta Directiva, excepto la de Miquel Biada. Como tesorero, luchó hasta el final para que el proyecto siguiera adelante.
A finales de 1847 contrajo una enfermedad que no le impidió seguir, la cual coincidió con el desplome de la Bolsa londinense. La cotización de las acciones cayó en picado y los accionistas de Inglaterra vendieron las suyas. Para evitar la paralización de las obras que anunció la constructora Mackenzie & Brassey, la Junta aseguró por carta que seguirían haciendo los pagos periódicos a pesar del retiro de participaciones inglesas. En diciembre, la Junta pidió a los accionistas el quinto pago del 10%. Después de un primer intento, se subastó la construcción de la estación de Barcelona y de las demás estaciones después.
Pocos meses antes de morir, Biada se dedicó a reconstruir todo lo que se destruía en actos vandálicos nocturnos de opositores al tren. Así, gracias a su confianza en el proyecto y en las personas que también mostraban interés en él, Miguel Biada consiguió atravesar todos los contratiempos que se le presentaron a lo largo de todo el proceso. De este modo, se convirtió en un referente para todos los emprendedores del siglo XXI que, como él, tienen que afrontar todo tipo de obstáculos.